sábado, 29 de junio de 2013



¿Dónde está la Universidad?




         Hace unos días -a tenor del anteproyecto de Ley de racionalización y sostenibilidad de la Administración local-, mientras conversaba con una compañera sobre la posibilidad de que, los Servicios Sociales, tal y como los hemos conocido, tal y como los hemos ido configurando estén entrando en una etapa de claro desmantelamiento y reconversión; caí en la cuenta de que, en los espacios de reflexión y debate en torno a esta cuestión, las Universidades, y en concreto las Facultades de Trabajo Social, están siendo las grandes ausentes permaneciendo como opacadas, en silencio justo cuando puede peligrar el que ha sido, hasta ahora, su mayor ámbito de colocación: los Servicios Sociales Públicos. Y puestos a buscar las causas de esta ausencia pensé que quizás, sólo quizás, que la Universidad Pública también está viviendo su propio momento de reconversión encaminándose hacia aquello que ya señalara Bertrand Rusell refiriéndose a la enseñanza superior “se ha convertido en un puro entrenamiento para adquirir habilidades y cada vez se preocupa menos de ensanchar la mente y el corazón (de los estudiantes, pero también de los profesores) mediante el examen imparcial del mundo”.
          Desde que un buen día una diputación del Parlamento Europeo se reuniera en una ciudad del norte de Italia para diseñar el denominado Plan Bolonia –meter la mano neoliberal en la organización de la enseñanza superior- en una parte no despreciable del personal docente se ha instalado una profunda insatisfacción con el régimen interno de la institución así como la duda ante lo que, a partir de ahora, podrá significar la Universidad para el resto de la sociedad.  Pese a los intentos llevados a cabo por determinadas fuerzas políticas de acallar toda resistencia contra un proceso regresivo y empobrecedor, a estas alturas y tras la reforma educativa llevada a cabo por el ministro Wert  y ¿avalado? por el informe del “Consejo de Expertos de Alto Nivel” – esos brokers de ideas que no hacen otra cosa que infiltrar sus programas políticos en los medios de comunicación y en los vaivenes de la opinión pública”-, a nadie se le escapa que bajo el nombre pomposo de la reforma, lo que intenta desarrollar es una verdadera reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de las universidades sometiendo su régimen de funcionamiento a las necesidades del mercado y a las exigencias de las empresas, una operación que, como en el caso de la privatización de los Servicios Sociales, se encuadra en el cotnexto generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado social y derecho y que concuerda con otros ejemplos, financieramente sangrantes, de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que estamos asistiendo últimamente. 



      Hoy más que nunca, necesitamos que de los espacios universitarios y mas allá de las “estrellas del campus” –supuestos expertos y expertas convertidos en altavoces mediáticos del neoliberalismo y sujetos a su protección y el mecenazgo-  aparezcan otras voces que permitan desvelar las formas ideológicas e institucionales con las que la clase dominante pretende transformar el “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea inevitable” en sentido común asegurando su consenso al orden existente. Tal y como señalara Paul Nizan “en los tiempos que corren no reconozco mas  que una virtud: ni el coraje, ni la voluntad de martirio, ni la abnegación, ni la ceguera, sino la voluntad de entender. El único honor que nos queda es el de la inteligencia”.