Desde
que un buen día una diputación del Parlamento Europeo se reuniera en una ciudad
del norte de Italia para diseñar el denominado Plan Bolonia –meter la mano
neoliberal en la organización de la enseñanza superior- en una parte no
despreciable del personal docente se ha instalado una profunda insatisfacción
con el régimen interno de la institución así como la duda ante lo que, a partir
de ahora, podrá significar la
Universidad para el resto de la sociedad. Pese a los intentos llevados a cabo por
determinadas fuerzas políticas de acallar toda resistencia contra un proceso
regresivo y empobrecedor, a estas alturas y tras la reforma educativa llevada a
cabo por el ministro Wert y ¿avalado?
por el informe del “Consejo de Expertos de Alto Nivel” – esos brokers de ideas
que no hacen otra cosa que infiltrar sus programas políticos en los medios de
comunicación y en los vaivenes de la opinión pública”-, a nadie se le escapa
que bajo el nombre pomposo de la reforma, lo que intenta desarrollar es una
verdadera reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de
las universidades sometiendo su régimen de funcionamiento a las necesidades del
mercado y a las exigencias de las empresas, una operación que, como en el caso
de la privatización de los Servicios Sociales, se encuadra en el cotnexto
generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado
social y derecho y que concuerda con otros ejemplos, financieramente
sangrantes, de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que
estamos asistiendo últimamente.
sábado, 29 de junio de 2013
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